Cada vez que le pides una recomendación, consultas una ruta o que le pides a un asistente que resuma un texto, estás trasladando una tarea, pero también una decisión. En cada una de esas interacciones, permitimos que un algoritmo elija por nosotros: qué película podría gustarnos, cuál es el camino más eficiente o qué información es la más relevante. Y lo hace con una eficacia asombrosa, pero con una limitación que a menudo pasamos por alto: la ausencia de nuestro contexto completo.
Esto tiene más importancia conforme las decisiones son más importantes o pueden tener consecuencias, como ya explicaremos en otro post.

El espejismo de una simple instrucción

Cuando interactuamos con una IA, tendemos a pensar que simplemente está ejecutando una orden. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Le entregamos una instrucción y ella nos devuelve una decisión, es un atajo que nos ahorra tiempo y esfuerzo.
Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar. Cada vez que aceptamos esa decisión, estamos validando un proceso que, si bien es lógicamente sólido, carece de la riqueza y la profundidad de una elección humana. Porque en nuestras decisiones, el contexto no es solo un conjunto de datos; es un conjunto inmenso de factores, muchos de ellos imperceptibles.

El universo invisible del contexto

Piénsalo por un momento. Tu decisión de tomar un café por la tarde no depende únicamente de la hora o de tu nivel de cafeína. Depende de si has tenido un día estresante y necesitas una pausa, de si has quedado con un amigo y ese es vuestro ritual, del recuerdo que te evoca el aroma del café o, simplemente, de una sensación intestinal, una intuición, que te dice que es lo que te apetece.
Este es el verdadero contexto: una amalgama de circunstancias (el tiempo que hace, el ruido ambiental), sesgos (nuestra educación, experiencias pasadas) y condiciones imperceptibles (nuestro estado de ánimo, el lenguaje no verbal de la persona que tenemos delante, la atmósfera de una habitación). Es un entramado tan complejo y personal que resulta imposible empaquetarlo y entregárselo a una máquina.
No puedes decirle a una IA: "Búscame un restaurante, pero ten en cuenta que hoy me siento un poco nostálgico, he discutido con mi jefe y necesito un lugar tranquilo pero no demasiado formal, donde la luz sea cálida y me recuerde a un viaje que hice hace diez años". Un buen amigo podría entenderte al instante. Una IA, por ahora, solo puede procesar "restaurante tranquilo cerca de mí".

La decisión relativa: Donde la lógica no es suficiente

Es imposible que podamos trasladar todo este universo de matices a una IA para que decida o actúe tal y como lo haríamos nosotros. La máquina optimiza en base a los datos que tiene, buscando la solución más probable o eficiente. Nosotros, en cambio, a menudo tomamos decisiones "suficientemente buenas" que equilibran lógica, emoción e intuición.

Por el momento, la inteligencia artificial es una experta en lo absoluto, en encontrar el óptimo matemático dentro de los límites que le hemos marcado. Pero nosotros vivimos y decidimos en un mundo de relatividad, donde las "condiciones imperceptibles" a menudo pesan más que cualquier dato duro.
Por eso hay infinidad de modelos de coches y opciones de equipamiento y una IA no elegirá el mismo que nosotros por mucho que tratemos de darle el contexto completo en el que tomamos la decisión.

¿Copiloto o piloto automático?

Nada de esto significa que debamos rechazar la inteligencia artificial. Al contrario, comprender sus limitaciones es el primer paso para aprovechar su verdadero potencial. La IA es un copiloto extraordinario, capaz de analizar millones de datos en segundos y ofrecernos opciones que nunca habríamos considerado.
El riesgo aparece cuando la usamos en modo de piloto automático, delegando ciegamente decisiones sin ser conscientes del contexto que la máquina ignora. La verdadera habilidad en esta nueva era no será solo saber qué preguntarle a una IA, sino saber qué parte del contexto nos estamos guardando y por qué sigue siendo insustituible.

Conclusiones:

Las circunstancias, los sesgos, condiciones imperceptibles marcan la diferencia en las decisiones que tomamos.
Es imposible que podamos trasladarlas a una IA para que haga algo o decida tal y como lo haríamos nosotros.